OBAMA, HOLLANDE,
LA CUMBRE DE CHICAGO Y LA UE
El entendimiento de Obama
con Hollande en la cumbre de Chicago, aporta una dosis de optimismo para el
futuro. Hollande ha mantenido su previsión de retirada de las tropas francesas
de Afganistán para finales de este año, sin que ello haya impedido su
coincidencia expresa con Obama en reivindicar una estrategia de crecimiento,
apoyada en la política, sin la cual el exigente esfuerzo por la estabilidad realizado
hasta ahora, resultaría baldío.
Que nadie se engañe. El
cambio no va a ser fácil, ni tampoco rápido. Se enfrentan a unas concepciones
de la derecha, que anteponen su poder a cualquier otra consideración; o bien la
prusiana, que considera que la defensa de los intereses de Alemania pasa por su
dominio económico y político de Europa, imposible si sus bancos están lastrados
por deudores con dificultades de pago; o la de unos mercados dirigidos por
algunos grandes poderes financieros, que han reaccionado a la evidencia del fracaso
de su discurso, manifestado por la crisis, contraatacando para dominar de forma
definitiva a la política, derrotar a la democracia, para poder seguir haciendo
cada vez más negocio a costa del empobrecimiento de la mayoría.
Es una partida de ajedrez
que se juega en Europa, con el riesgo para el capitalismo de que, si el
crecimiento del consumo en los países emergentes no compensa la caída que se
produzca en los hasta ahora desarrollados, el poder del dinero se habrá
concentrado como nunca en la historia, pero la economía se parará también como
nunca en la historia. No son de extrañar, por tanto, las caídas de los mercados
de valores, las primas de riesgo de los países más débiles y la cotización del
euro, en vísperas de la cumbre de la UE. Reflejan tanto la incertidumbre de la
mayoría con relación al futuro, como los avisos con que una parte de los más
poderosos económicamente advierten que no están dispuestos a aceptar sin pelea una
recomposición de la política al servicio de la mayoría.
Por eso la partida va a
ser larga. Pero que la encabecen los Presidentes de EE.UU. y Francia, significa
que todavía quedan piezas con que poder jugar.
La victoria de Hollande es
importante, pero en una Europa de 27 países y una zona Euro de 17, sin el
liderazgo compartido con Alemania, mover esa mastodóntica y compleja maquinaria
es imposible. Merkel tiene que hacer movimientos, tanto por el cambio en
Francia como por la perspectiva del resultado
electoral del próximo año en Alemania, pero serán movimientos medidos y
limitados, que cambien algo para frenar el cambio. Sólo una victoria del SPD y
la izquierda en ese país, permitirá abordar modificaciones más profundas. Por
eso es un paso, aún más significativo, el trabajo conjunto de los partidos
socialistas europeos para elaborar propuestas comunes para la reforma de
Europa, porque en ese contexto una victoria de los socialdemócratas en
Alemania, posibilitaría su consenso, desde el gobierno, con los socialistas
franceses.
Paradójicamente Hollande
está haciendo por el futuro del capitalismo mucho más que una Angela Merkel,
cuya obsesión por la estabilidad y el cobro de las deudas por los bancos
alemanes, podría llevar al desastre, impagos incluidos, a la mitad de los
países de la zona euro y a la propia moneda, cuyos efectos catastróficos en
Europa y su correspondiente contagio a otras áreas del mundo, supondría una
crisis económica y política de impredecibles consecuencias.
Lo difícil no es pensar qué
hacer, lo verdaderamente difícil es hacerlo. Es insólito que cuando Alemania
apenas paga intereses por su deuda, haya países que pagan tipos de dos dígitos;
por eso, avanzar en la emisión de eurobonos sería una garantía de igualación de
tipos para todos, sin un coste excesivo para los más poderosos.
De la misma forma es
comprensible que los que tienen que asumir ese coste, pidan objetivos de
estabilidad fiscal posibles, que pasan no sólo por recortes de gasto, sino
también por equiparación de impuestos con criterios de justicia distributiva,
porque no es comprensible que, en esta situación, el esfuerzo fiscal de los
ciudadanos alemanes o franceses, sea más de 10 puntos superior al de los
españoles.
Es obvio que estos
cambios, en que hay que poner de acuerdo a muchos países, lleven tiempo, aunque
cuanto más tarde se asuman, más tiempo y más riesgos conllevarán. Efectivamente
hay medidas con efectos más inmediato, como actuaciones de política monetaria
desde el BCE, cuyo riesgo de inflación para Alemania o Francia son menores en
estas circunstancias.
Un impacto inflacionista
de un par de puntos en los países que mejor van, o la pérdida moderada de valor
del euro que provocaría, podría incrementar los salarios y la capacidad de
consumo en Alemania, devaluaría en la práctica los salarios de los países del
Sur, pero facilitaría la disposición de financiación frenando los ataques a la
deuda.
Rajoy tiene razón en
situar en primer lugar la reivindicación de que el BCE siga facilitando
liquidez para reducir los ataques especulativos contra las deudas de los países
más débiles, que les sitúan en condiciones cada vez más dramáticas. No la tiene
en contraponer esta posición a la defensa de los Bonos Europeos, porque sin mensajes
claros sobre el futuro, sobre la capacidad real de recomponer la situación y de
que todos los países puedan crecer y hacer frente a sus compromisos, los
especuladores seguirán actuando sin riesgo y los acreedores pensarán que la
política del BCE es pan para hoy y hambre para mañana.
Rajoy comete con Merkel el
mismo error que Aznar cometió con Bush en la Guerra de Irak. Piensa que
sometiéndose le harán más caso y le permitirán participar en la fiesta. La falta de resultados
de la Cumbre de la UE, lo desmiente: los poderosos no se casan con nadie. Pero
es la concepción del poder de la derecha española que, históricamente, ha sido
implacable con los débiles y sumisa con los que "pueden" más que
ellos, la que condiciona esta actuación.
Hace falta un proyecto de
cambio profundo, de defensa de la democracia, que contemple, cada uno en su
tiempo, el corto, el medio y el largo plazo, que es lo que Hollande y los
socialistas europeos están proponiendo, a sabiendas de que no conseguirlo todo
ahora, no impide que mañana se consiga más.
La partida en serio no ha
hecho más que empezar y en ella se juega Europa. Las elecciones presidenciales
de EE.UU. el próximo noviembre y las alemanas de 2013, serán decisivas.
Andrés
Gómez